Fragmentos del Anax, por Herries Anderton
Esta obra es una colección de cuentos variados que incluyen elementos de la ciencia ficción, la fantasía y el realismo mágico, escrita desde 2020 por Herries Anderton. Recomiendo visitar el sitio web del autor.
Indice
El extraordinario reloj de VerilsbergDe los cosmonismos
Chapiteles Silenciosos
¿Sueña dios?
Y dios dormitó
El extraordinario reloj de Verilsberg
Verilsberg era un pueblo ordinario con un reloj público ordinario. Acomodado en la grieta entre dos montañas alpinas, este pequeño y tranquilo asentamiento era raramente visitado y raramente había noticias de él. Un aspecto excepcionalmente no excepcional del pueblo era el reloj público que se erigía en lo alto de una torre en la plaza del mercado, visible para todos. Todo reloj en el pueblo funcionaba según el que estaba en la plaza del mercado. Los habitantes del pueblo nunca esperaban ninguna otra cosa de este reloj que no fuera la hora precisa, y con toda la razón, también; ¿por qué habría un reloj ordinario de hacer jamás algo extraordinario?
Un día, el reloj público empezó a ir más despacio. Se ralentizó solo tres segundos, al principio, pero dado que todos los lugareños establecían la hora de acuerdo con él, ahora todos los relojes en Verilsberg iban tres segundos más lento. El reloj continuó ralentizándose unos pocos segundos a la vez, de modo que entonces, aunque nadie lo notaba, el carnicero abría tarde, la misa se atrasaba y hasta el hombre que daba mantenimiento al reloj empezaba a tener un horario rezagado. Muy pronto, el pueblo entero estaba varios segundos detrás del resto del mundo.
Puesto que los incrementos eran minúsculos, ninguno de los lugareños parecía notarlo conforme la divergencia, continuamente, se hacía más y más profunda. El gallo, quien también llevaba el tiempo según el reloj, empezaba a cacarear más tarde cada día, y pronto el sol matutino, que llevaba el tiempo según el gallo, no llegaba al pueblo hasta tarde en la noche.
Una tarde, un viajero pasó por el pueblo. Aunque acababa de haber estado caminando bajo la brillante luz solar, en el momento en el que dio un paso dentro de los límites de Verilsberg se encontró sumergido en una oscuridad nocturna. El viajero intentó disipar su perplejidad convenciéndose a sí mismo de que era nada más una nubosidad dramática. La posibilidad de una maravilla metereológica, sin embargo, fue desechada cuando descubrió que todos los habitantes del pueblo estaban dormidos. Después de despertar a un comerciante local, el viajero intentó explicar la peculiaridad de la cual había sido testigo, pero el comerciante tuvo dificultad para creer que el herrumbrado reloj de bolsillo del viajero pudiera ser más preciso que el formidable reloj público de Verilsberg. Para el comerciante y para todos los demás en el pueblo, el tiempo parecía seguir marchando al mismo ritmo que siempre lo había hecho.
La discrepancia crecía, pero las décadas que pasaban eran apenas años para los lugareños. Las modas cambiaban y los países se transformaban, pero ninguno de los verilsbergueses notaba al mundo exterior moviéndose más rápido. Una guerra estalló y fue requerido que todos se alistaran, pero una vez que las noticias alcanzaron Verilsberg, la guerra había terminado.
Apenas doce años habían pasado para el asentamiento cuando el viajero regresó. Aunque él estaba en el crepúsculo de su vida, el pueblo estaba inalterado y su gente no había envejecido. El viajero no podía creer lo que había presenciado y entonces, en sus momentos finales, revisó la hora. Fue una acción que le tomó el resto de su vida, pues el viejo reloj público ya no podía ir más lentamente, y en ese momento, el extraordinario reloj de Verilsberg se detuvo.
ANAX[1]
Nota
1. Esta palabra aparece al final de cada historia. Hay un poco más de información sobre ese detalle.[↑]
De los cosmonismos
---Si bien el origen de los cosmonismos permanece incierto, en duodécadas recientes ha habido un progreso significativo en el campo de la zoología cosmónica. En cuanto a las teorías varias que abundan, solamente indicaré brevemente que ninguna de las explicaciones postuladas acerca de su origen han resistido aún a su escrutinio. A. G. Garis es quizá el proponente más franco de que ellos son «un producto secundario de la colonización humana»; la ADA parece segura de que ellos muestran marcas del trabajo mecánico, y aquellos de la escuela burcaniana sugieren un comienzo totalmente alienígena.
Para poder ilustrar plenamente la maravillosa y amplia complejidad que estas criaturas poseen, permitidme introducir algunas formas específicas que podríais encontrar, en caso que os aventuréis en esas regiones interestelares acostumbradas por los cosmópodos.
Los istatozoos (el nombre genérico de los habitantes del espacio que son los cosmonismos) existen como estructuras gigantes, compejas, orgánicas y cuasimecánicas. Parecen ser traslúcidos debido a sus paredes celulares exteriores, las cuales están compuestas comúnmente de microtúbulos de sílice. Esta estructura no cristalina forma un entramado semirrígido, capaz de curvarse, de estirarse, y más importantemente, de permitir un flujo controlado de sustancias hacia adentro y hacia afuera del cosmonismo. Istatozoos con estructuras neurales todavía no han sido descubiertos.
Los cosmonismos comúnmente se dividen en heterótrofos y autótrofos. De los autótrofos, los heliótrofos derivan sus energías de la radiación estelar y pueden ser encontrados en la órbita cercana de las estrellas, mientras que los dinátrofos derivan sus energías de las diminutas fluctuaciones de campo en el vacío del espacio y pueden sobrevivir profundamente adentrados en las regiones vacuas inexploradas. Los heterótrofos, por otro lado, ganan energía mediante el consumo y la digestión de materia inerte, tal como gas nebuloso, asteroides, planetoides, o más comúnmente, otros cosmópodos. Los heterótrofos han sido encontrados prosperando en muchas regiones variadas del universo observado.
Si bien todos los istatozoos están sujetos a los caprichos de los vientos solares, las corrientes gravitacionales, y los escombros espaciales a la deriva, casi todas las especies conocidas han desarrollado métodos de movimiento que varían de especie a especie. Los velates, por ejemplo, extienden grandes estructuras semejantes a velas e intentan aprovechar la propulsión de fuerzas naturales tal como los vientos solares. Los eyectates, por otro lado, expulsan su propio propelente, a menudo materia de desecho de la digestión, y maniobran de esa manera. Los grandes pseudópodos, sin embargo, son quizá los más desconcertantes, pues son capaces de alterar su estado molecular de sólido a gaseoso y de vuelta otra vez. Este cosmópodo altera una parte de sí mismo para que esté en forma gaseosa, se dispersa, y luego vuelve a transformarse en su posición nueva. Tal proceso también ha permitido a esta clase de cosmonismo consumir materia e incluso envolver vehículos espaciales.
Hasta el más simple de los «espacimales» (según el término lego) posee una belleza y una majestad inmensas. Los macroesténtores, que son unicelulares, por ejemplo, los cual son identificables por su larga forma tubular, son notorios por estar entre los cosmonismos unicelulares conocidos más grandes, y ha sido registrado que pueden alcanzar tamaños de hasta doce mil millones de kilómetros de longitud, con una masa de seis masas solares. Tales formas podrían, teóricamente, consumir sistemas enteros, según algunos hacedores de mitos y navegantes errantes han afirmado haber presenciado.
Otro aspecto asombroso del universo macrocosmónico es cuando espacimales diferentes encuentran una harmonía simbiótica y forman colonias. El afanizomenón mayor, por ejemplo, existe como dos cosmonismos simbióticos que forman tallos rígidos y delgados que están particularmente adaptados a extenderse a lo largo de los cinturones de asteroides. El voltox, también, es notorio por sus colonias esféricas que se expanden lejos, cruzando regiones de sendas de curvatura, muchas veces perturbando las rutas de los cargueros espaciales.
Algunas especies se han adaptado a una simbiosis con los sistemas humanos. La especie nalonas, por ejemplo, se ha adaptado a consumir productos secundarios del combustible de las astronaves, y expulsa gases útiles para los humanos. Los nalonas y otras especies similares han sido, hasta el momento---
El fragmento termina.
ANAX
Chapiteles silenciosos
Los Entropistas tenían la razón. El caos se acercaba lentamente y no había nada que pudiéramos hacer para prevenir que las estrellas se apagaran y que la oscuridad se hiciera más oscura, ni para que el frío entre las yemas de nuestros dedos se volviera una agonía vociferante, y aunque ellos dijeron que deberíamos habernos detenido, haber hecho menos, haber sido menos, vivido menos, ¿qué habría logrado eso excepto desplazar el final, quieto y pequeño, unos tres pasos más lejos de nosotros?
Los Entropistas tenían la razón. No, estaban en lo correcto, pero no tenían la razón. Adjudicaban culpabilidad como si eso hubiera sido lo que iba a salvarnos. Esto era culpa nuestra, aquello era culpa suya, ¿pero quién tiene la culpa de la física? Se hicieron cargo de la situación y nos ralentizaron, pero aún así el invierno sin fin llegó, y cuando lo hizo, ellos no preconizaron nada ni hicieron nada. Se escondieron cobardemente en sus templos, en quietud pétrea, con la esperanza de que su aliento no causara mucho caos, pues estaban muy temerosos de decirle a otros que no se movieran, no fuera que ellos mismos se volvieran los últimos en moverse.
Y aquellos Buscaverdades, a pesar de su disputa con lo Desconocido, a pesar de toda la esperanza que habíamos puesto en sus manos marchitas, ni siquiera ellos pudieron detener lo inevitable.
Ellos lucharon; todos lo hicimos, durante muchísimos milenios. Abandonamos planetas; abandonamos soles. Tuvimos nuestra vida en la oscuridad, en los hoyos negros y en las estrellas férreas. Aquellos rincones sombríos llegaron a ser nuestras tumbas, conforme las galaxias y los haces de luz entre ellas se alejaban de nuestro alcance, y aún así continuábamos luchando. Nos volvimos inmortales. El universo no.
Los Entropistas no tenían la razón. Deberían simplemente haber aceptado que así sería el fin, que todo debe terminar. Pero la muerte no era suficiente para ellos. Sus ideas tenían que sobrevivir. Sus ideas iban a salvarnos. Únicamente sus ideas iban a salvarnos.
Pero fallaron.
Sus chapiteles silenciosos pronto serán polvo y no puedo decir que haya soñado nada diferente. Pronto el cero absoluto será el único número. Pronto habrá un universo de distancia entre un átomo y otro, entre la nada y más nada interminable. Nos dijeron que el final sería frío y callado, pero ahora que ya estamos ahí, el silencio es mucho más penetrante en la oscuridad.
Nuestra única esperanza es que este no sea el fin, sino un nuevo inicio. Con la probabilidad más escasa de todas, que este mundo se recupere y comience de nuevo, y de ser así estos pensamientos permanecerán, codificados en los ecos.
Y de conllevar un milagro a otro milagro, entonces tú, lector esperanzador e imposible, quizá no podrás saber quiénes éramos, pero sí podrás saber que teníamos muy poco tiempo y que lo pasamos obsesionados con no pasarlo. No nos recuerdes por nuestra furia contra lo que siempre estuvo por venir. No nos recuerdes por la lamentable aceptación que hemos encontrado hasta ahora, ya demasiado tarde. Recuérdanos por cuando vivíamos sin saber que había un final o un inicio, sino solo que la historia todavía estaba desarrollándose. Recuérdanos por cuando vivíamos.
ANAX
¿Sueña dios?
«¿Sueña dios?»
Esa fue la pregunta que el Buscaverdades me hizo la noche antes de haber llegado. Fui a hablar con él, pero por supuesto, él me habló a mí. No se volteó. Solo miraba hacia afuera, a través de la ventana de cúpula a estribor, atento al vacío negro y centelleante.
«¿Piensas que dios sueña con nosotros?», preguntó el anciano otra vez. Dije que no sabía, pero pienso que no entendí. Hizo «mmm» y se tocó el mentón y se ajustó el manto para que le quedara un poco más tallado alrededor del cuello antes de hablar otra vez: «Me pregunto si ella ve nuestros rostros, retorcidos y distintos, como niebla alrededor de ella. Me pregunto si ella nos oye hablar y sueña nuestros sueños y se despierta sudando frío y dice: «¡Ajá! Mañana, debo hacer que llueva». ...No, no creo que dios sueñe con nosotros, para nada. No somos más que una mota en toda la creación. Si dios sueña acerca de todo entonces ella sueña sobre todo acerca de nada».
Me pregunté si debería hacer mi pregunta, pero el sabio parecía estar tan concentrado en algún punto distante que no quise interrumpir. Me acerqué y me quedé de pie a su lado e intenté ver la estrella.
«Quizá los sueños de dios sean pesadillas», continuó el arrugado sacerdote, «acerca de perder dientes y de que le crezcan miembros y de ser perseguida por lobos. Quizá cada vez que ella duerme, piensa que va tarde a clase. Aunque, ¿por qué habría dios de escoger sufrir? Si dios soñara pesadillas, ella no soñaría del todo».
Después de un tiempo, se volteó hacia mí y pensé que ya había terminado. Pareció esperar a que yo hablara, pero cuando abrí la boca, él dijo: «¿Por qué piensas que soñamos?»
Pensé acerca de su pregunta pero me di cuenta de que no sabía, así que dije que soñábamos para seguir vivos, pues incluso dormidos teníamos que pensar, o de lo contrario suponía que moriríamos.
«Entonces, si dios vive, ella debe soñar?». El hombre se entusiasmó. «Sí, soñamos para estar vivos. Para sanar y para aprender, para ensayar y fantasear, para recordar, para olvidar, para limpiar y para descansar. Veo, pero... ¿necesita dios esas cosas? ¿Qué podría aprender el omnisciente? ¿Cómo puede descansar el omnipotente? Quizá dios no sueña, del todo...».
Me cansé de su divagar e intenté interrumpir, y al fin dije lo que había ido a decir: «Señor, mi tripulación cree que estamos perdidos en altamar. Ellos no tienen fe en que vayamos a encontrarla; ellos piensan que deberíamos detener la misión y-».
«¿Y qué crees tú?», preguntó, con una sonrisa en su rostro. «Un último pensamiento, y entonces, por favor, di lo tuyo». Asentí y él se volvió de nuevo hacia las estrellas y dijo: «Los sueños de dios son lúcidos. Pienso que ahora entiendo. Nuestros sueños se sienten reales, pero dios haría que los suyos lo fueran. Dios debe soñar de todo, así que nos soñó a nosotros también».
Mi boca se secó porque sabía la pregunta, pero no podía hacerla; si no somos más que sueños de dios, cuando su sueño termine, ¿entonces qué?
Torné la mirada de vuelta hacia la negrura y por fin vi lo que él veía: una flama reluciente ardió, brillante y fuerte, y después iluminó otra. Uno a uno, todos los puntos resplandecieron hasta que la negrura fue blancura. Las estrellas eran supernovas y ya no había más noche eterna.
Miré fijamente, con pasmo, y me percaté de que finalmente la habíamos encontrado. Dije que deberíamos dar la vuelta, pero el hombre insistió: la verdad aún debía ser encontrada.
«Entonces, ¿qué hay de nosotros?», le pregunté, intentando no aparentar miedo. «¿De verdad moriremos, o podemos salvarnos?».
Él dijo: «Eso depende de si dios sí sueña... Preguntémosle cuando despierte».
ANAX
Y dios dormitó
Y los Buscaverdades, habiendo viajado a través de la era de una civilización, alcanzaron el fin de todas las cosas.
La gente tenía milenios de preguntas que hacerle al universo mismo, pero de ser permitidos pronunciar solamente una, habría sido: «¿por qué?».
Habían viajado desde el Entramado Estelar, habían mapeado nébulas desconocidas y navegado a lo largo del interminable Vacío-Cero, pero por fin la habían encontrado, recogida en el corazón silencioso del universo. Allí yacía la verdad en descanso, el ser que lo había creado todo.
Se maravillaron ante su cascada de cabellos de filamentos galácticos, ante sus grandes brazos, otrora supercúmulos arremolinados, pero no pudieron comprender su esencia de materia más allá de la materia, de espacio dentro del espacio.
Se aproximaron deprisa, ansiosos por despertarla y finalmente resolver todo enigma existencial.
Al principio, una única estrella se iluminó. Rotó y pulsó hasta que la galaxia giró con vida un vez más. Pronto cúmulo tras cúmulo fue despertando de nuevo hasta que por fin, penetrando el universo con ellos, abrió sus ojos y los fijó en las vidas y mentes, los pasados y futuros, de todos los viajeros en aquel navío.
Y ella sonrió.
Les habló, no en palabras, sino en una constatación silenciosa que había yacido latente dentro de ellos, y que hasta ahora despertaba.
«No temáis», dijo el gran ser, pero los viajeros tenían miedo porque no podían hablar. Ellos no necesitaban hablar, pues ella ya sabía cuál era su pregunta y en el instante en que despertó, las únicas palabra de ellos, «¿por qué?», fueron respondidas:
Ella deseaba conocer todas las cosas, pero para verdaderamente conocer una cosa ella tenía que convertirse en ella. Aunque inmensa, ella no era todavía todo lo que había, y ahora quiso llevarlo todo hacia dentro de ella.
Y entonces, ella había de consumir todas las cosas.
Y entonces, ella había de destruir todas las cosas.
Así, bostezó y se estiró y creció. Destruyó a los Buscaverdades, destruyó el universo que ellos conocían y destruyó toda la vida que ellos conocían en él. Y una vez que ella había envuelto todo lo que era, al fin, regresó felizmente a su dormitación, y así también todas las cosas durmieron una vez más.
ANAX